jueves, julio 23

1 Notas afiladas

Otra noche sin luna maldecía la existencia de un ser que la ama.

Ante la chimenea encendida meneaba lo que quedaba de su última copa de repuesto.
Solo pensaba, sumiso en las llamas que ondulaban en el aire, sin ganas tan siquiera de continuar tocando el gran piano de cola que ocupaba la sala.
Estaba apunto de dormirse cuando escuchó un sollozo... pero procedía del exterior.
Se dirigió a la puerta con paso lento, sabía perfectamente de que se trataba.
La abrió entre el crujido que produce la madera ya comida por los años, y allí estaba. Una muchacha arrodillada enfrente de la entrada, cubierta con un viso blanco y lo que el largo pelo lograba taparle. Era joven, y sus ojos brillaban con lágrimas.
- Recítame tus poemas... - logró decir la chica.

Él la hizo pasar.

Se dirigieron ambos al piano, él se sentó en la banqueta y ella se quedo apoyada a un lado, aun con los ojos húmedos.
Y empezó el recital.
Tocaba con una suave melodía que ante los oídos de la chica parecían incitaciones, provocaciones, desesperos. Las mejillas se le encendieron.
Él se levantó, sin separar una de sus manos del las teclas, y acercándose a ella murmuraba versos improvisados.
En un gesto rápido la chica quedó desnuda ante él.
Una mano se le deslizó cuello abajo, por una piel blanca como jamás tocada... ni mordida.
La cogió en brazos y la tumbo encima de la tapa del gran piano, aun recitando versos y ya sin tocar las teclas al compás de aquella melodía que quedo impresa en la mente de esa chica.

Descubrió que esa chica no había estado tocada antes, y sin embargo quiso acudir a él... ingenua.
Tras descubrirle un mundo de placer y gemidos, no pudo soportar más aquella tentación que le invadió al besar todo su cuerpo e impregnarse de su olor.
La chica cerró los ojos en un último grito aun con notas tarareándose en su cabeza, con unos dientes afilados clavándose en el cuello y unas cálidas manos rodeándola, al contraste de la sangre que se deslizaba cuerpo abajo ahora ya fría...

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