jueves, julio 23

2 Ojos húmedos

“Tus ojos iluminaban aquella noche fría, bajo la fuerte lluvia que caía.
Y te posabas ante mí en la lúgubre oscuridad.”

Volvía a llover, otra vez en una noche sin luna.

No quedaba alma despierta en las calles, ni pájaro que se atreviera a cantar.

Paseaba bajo los balcones para evitar los grandes charcos que se formaban en el asfalto, con la capa puesta para cubrirse.

Se podía decir que iba saciado.

Tarareaba una melodía que acababa de componer esa misma tarde...

El largo pelo le goteaba sobre el pecho, en el que la camisa se adhería.

Jugaba divertido con las gotas, observando como acariciaban sus manos y luego se despedían, cayendo al suelo.

En aquel momento escuchó un susurro que arrastraba el aire, y se acercó a su procedencia. Cada vez lo escuchaba con mayor claridad, divisando la voz de aquel gemido inicial.

Llegó bajo un puente, su figura fue como una sombra que se iba acercando cada vez más, con el espejismo de su pelo bajo la capa, liso por la lluvia que goteaba de el.

Había alguien acurrucado en una esquina, alguien que cantaba...

Se acercó sigilosamente, pero sus pasos causaron ruido a causa del agua que mojaba las calles. Aquella persona se percató de su presencia, y ya bajo sus ojos levantó la cabeza de entre las piernas con las que formaba un ovillo, pero lo único que se le veía con claridad eran los ojos, de un verde intenso.

No podía distinguir si era hombre o mujer, pues se cubría con una capa que tapaba rostro, cabello y silueta.

Aquel susurro que parecía cantar, eran sollozos de una canción.

Al ver sus ojos, sus miradas quedaron unidas por unos instantes, y descubrió que de sus ojos caían gotas, gotas que no eran de lluvia. Lloraba, pero al mismo tiempo cantaba algo sin letra en murmuros.

Le invadió una extraña sensación que le hizo apiadarse de aquella alma en pena.

Él le ofreció su mano posado a su costado, mientras desde el suelo, le miraban aquellos ojos verdes.

Las lágrimas se le pararon, y en sus ojos se dibujó la forma característica de una sonrisa.

Y le tomó la mano.

Cuando se alzó, la capa le quedó lisa, goteando al suelo, rodeándole todo el cuerpo y cubriendo su rostro, y no nombro palabra alguna.

Él condujo esa mano, propiedad de esa alma de ojos verdes, hasta su casa, donde dejó pasar aquel ser desconocido.

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