jueves, julio 23

4 Para ti

No paraba de llover.
Se encontraba sentado en el marco del gran ventanal del salón, observando como el agua resbalaba por el vidrio y lo cubría de un manto translúcido, dificultando la vista del exterior.

Él miraba fuera por un débil agujero que había echo en el sutil manto de niebla, clavando la vista en las solitarias calles sin ver, sumergido en sus pensamientos.

Estaba desconcertado, no sabía como resolver aquel conflicto, pero no podía abandonarla y dejarla casi muerta en medio de la nada, del vacío, de la cadencia.

Se le cerraron los ojos y quedo inmerso en el sonido de las gotas que acariciaban el asfalto, siendo arrastrado por su respiración y por el ligero mareo que sentía. Tenía hambre.

Los pensamientos le daban vueltas sin regreso en la cabeza, y en ese instante notó otra respiración diferente a la suya, se había despertado... Hacía rato que solo oía los latidos que procedían de ella encima de sus propios, sabiendo de su inconsciencia.

Aun sumiso al silbar del viento, entreabrió los ojos viendo el cristal empañado de nuevo. Se alzó y se dirigió a la sala contigua, la sala del piano.

Se sentó en la banqueta, y como si olvidara sus problemas alzó los brazos con las manos extendidas al eco del viento. Una melodía traspasó su mente. Sus manos se movían al compás de las notas, con dulces movimientos de muñeca arriba y abajo, más despacio y más rápido... Ella fue su inspiración. Justo en el momento en que sus manos se detuvieron en el aire y su expresión torno triste, reflejó a las teclas su sentimiento.

Cada grito de aquel instrumento resonaba en la habitación como si de pétalos bailando se tratara. Una melodía dulce como el amanecer, contrariada a los crepúsculos a los que estaba acostumbrado.

Sus manos recorrían el amplio teclado como si hubiera tocado esa canción toda su existencia, como si grabada hubiera estado siempre en su mente...

Eran gotas dando vida a una flor marchita, luz que borrara cualquier sombra.
Jamás había experimentado dicha sensación, sus manos se movían solas y su corazón parecía estar vivo en un ser que yació muerto hace tanto...

Cada respiración que oía le hacía estremecer, le daba un instantáneo impulso a sus manos y hacía sonar más dulce aun aquella brisa de notas.

Sin poder evitarlo sus lágrimas empezaron a caer rozando su rostro como espinas de rosa... Creía muerto el sentido a llorar.

Tocaba ya sin apenas ver, sus ojos quedaron completamente nublados de niebla húmeda nombrada tristeza. No quería huir, no le importaban las consecuencias.

El pelo le cubría el rostro, pero no impidió que se percatara de su presencia.

Ella estaba allí, junto a él, junto a su composición.

Le miraba desconcertada, cosa que le hizo dejar de tocar, pues le entristeció más recordar que ella estaba en la cadencia...

Él estaba sentado, con la cabeza agachada y el pelo cubriéndole el rostro, mientras ella le observaba, cubierta con la manta y el pelo rojizo, con expresión de miedo en aquel rostro tan delicado, en aquellos ojos... Verdes.

- No temáis... Ésabel.- dijo en un susurro.

Ella hizo un paso atrás asustada al escuchar que conocía su nombre, aun así había algo que le impedía huir asustada, algo le hacía acercarse a aquel ser, algo le inundaba de comodidad en aquel lugar desconocido.

Él se levantó y descubrió su rostro, creando una reacción de asombro a ojos de ella.

La miraba con ojos dulces, con ojos húmedos.

Le tomó la mano tan cálidamente como pudo, casi en caricias, y arrodillándose ante ella aproximó sus labios al dorso de su mano y la besó mientras cerraba los ojos.
Ella no quiso apartar la mano, aquel gestó le hizo ruborizar embriagándola de calidez.

- Bella Ésabel, acabáis de escuchar vuestra canción.

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